Mi nombre es Malarrosa Hernán Rivera Letelier
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Dicen que todo lo bueno, tarde o temprano termina. Así sucedió en el norte, durante su primer tercio del siglo XX. La edad de oro del saltre daba sus últimos estertores, sitios que alguna vez brillaron como joyas amenazaban convertirse en pueblos fantasmas. Uno de ellos en Yungay, un caserío que corría veloz hacia su desaparición. Allinació y creció Malarrosa, quien debió llamarse Malvarrosa pero que por un error de inscripción fue nombrada con una identidad que acabaría siendo sello de su destino.